Algunos nombres de la Generación del 900: Carlos Vaz Ferreira, Roberto de las Carreras, María Eugenia Vaz Ferreira, Julio Herrera y Reissig, Delmira Agustini, Horacio Quiroga, entre otros.
Un fragmento de Emir Rodriguez Monegal para pensar a este grupo:
"Puede destacarse un hecho
singular: sólo dos de los principales creadores del 900 nacen fuera de
Montevideo (Viana en Canelones, Quiroga en Salto). Pero éstos también acuden a
la capital a estudiar y se vinculan con los montevideanos. Hay que contemplar,
sin embargo, las desviaciones o excentricidades. Tres de ellos (Viana, Sánchez,
Quiroga)29 vivieron parte considerable de su vida en la
Argentina. Allí crearon obras, allí fueron reconocidos o consagrados. También
Reyles residió algún tiempo en Buenos Aires -residencia que alternaba con
dilatados viajes a Europa.
Esta vinculación entre Montevideo
y Buenos Aires -que ha pretextado, con mayor o menor fundamento, la anexión de
algunos de los escritores citados a la literatura argentina- se robustece por
las visitas que todos, sin excepción, han realizado a la Argentina. Y
contribuye a subrayar la necesidad, ya denunciada por muchos, de integrar el
estudio de nuestras letras en el de la literatura rioplatense. Aún es posible
ampliar -el
objetivo, ya que si se pretendiera alcanzar la precisión, habría que
establecer un cuadro del 900 proyectado sobre una perspectiva hispanoamericana30.
No se logra la comunidad
personal, la conexión interindividual, por el solo hecho de vivir en la misma
ciudad. En las publicaciones literarias, en los cenáculos, en el trabajo
compartido del aula, en los periódicos, hay que buscar los puntos de contacto.
Este grupo del 900 conoció las revistas bajo sus más diversos aspectos, desde
la audaz y aislada empresa juvenil que fue la Revista del Salto (1899-1900), hasta la más conservadora (por eso
mismo más duradera) Vida Moderna (1900-1903)31.
Tampoco faltaron los cenáculos, de signo poético (como el Consistorio del Gay Saber o la Torre
de los Panoramas) o de actitud anárquica (como el Polo Bamba y el Centro
Internacional de Estudios Sociales). Esta necesaria diversidad denuncia la
ausencia de un centro rector, al tiempo que muestra el agrupamiento sucesivo y
cambiante de los principales valores.
No toda conexión era del tipo
cordial. Y aunque no faltaron claros ejemplos -la amistad no desmentida entre
Delmira y María Eugenia Vaz Ferreira- hubo, hay siempre, guerrillas; hubo
polémicas y hasta desafíos caballerescos; hubo hostilidad y deliberada
indiferencia32.
Todo esto no podía afectar la unidad del grupo, por motivos que Pinder ha
denunciado nítidamente: «La unidad de problema, como fórmula para una comunidad
generacional, no excluye en modo alguno la tensión ni los antagonismos más
vigorosos: antes bien hasta requiere la posibilidad de su existencia. Pues sólo
implica una unidad en cuanto a la tarea impuesta, mas no una unidad en cuanto a
la solución»33.
Más importante que las ocasionales discrepancias es estar frente al mismo
sistema de vigencias.
Otro elemento de vinculación (y
de antagonismo) fue la política, que entre 1895 y 1905 llevó varias veces a las
armas a los partidos tradicionales. En la nota sobre «Rodó y algunos coetáneos»
se aporta un ejemplo concreto de divergencia política dentro del mismo partido.
También podría recordarse el caso (citado por García Esteban) de la
intervención de Sánchez y Quiroga en los dos bandos que se enfrentaron en 189734;
la vinculación de Rodó y Reyles a través del club Vida Nueva fundado en 1901 por el último. Estas conexiones de tipo
político tienden a incorporar el grupo a la generación de la que ha sido
aislado por el análisis, y, por intermedio de ellas, es posible lograr un más
exacto conocimiento del lugar que le corresponde en el ámbito histórico."
FUENTE: http://www.biblioteca.org.ar/libros/155266.pdf
La Torre de los Panoramas fue el lugar de paso obligado y de encuentro de los escritores del 900, cuyo descripción ha sido objeto de fantasías y revelaciones. Transcribimos aquí la versión de Cesar Miranda, un contemporáneo.
“Aquella torre era simplemente un altillo, casi decrépito,
que apenas surgía del nivel de la azotea; sus paredes, tapizadas de estampas y
fotografías, mostraban a la larga el gusto y la pobreza de los familiares. Un
bonete turco, un par de floretes
enmohecidos, una mesa pequeña y dos sillas claudicantes completaban decoración
y mobiliario. En este escenario reducido y humilde, Florencio Sánchez, ave de
paso, hizo nido un momento; en ese cubo de mampostería, las rimas más extrañas
resonaron; en ese cuartucho desmantelado se elaboró la renovación literaria del
Uruguay. Bien es cierto que el espacio era reducido, pero, a dos pasos, el
paisaje se ampliaba: la azotea ofrecía un vasto panorama: al sur el río color
de sangre, color turquesa o color castaño;
al norte, el macizo de la edificación urbana, al este la línea quebrada
de la costa, con sus magníficas rompientes, y más lejos, el Cementerio y el
semicírculo de la Estanzuela, hasta el mojón blanco de la farola de Punta
Carretas; al oeste, más paisaje fluvial, el puerto sembrado de steamers, y,
sobre él el Cerro, con su cono color pizarra, y sus casitas frágiles de cal o
terracota… De ahí lo de Torre de los Panoramas…”
Extraído del Prólogo de Guillermo de Torre a las Obras completas de Julio Herrera y Reissig. (Págs. 14-15)
Apartado preparado por María del Rosario Sánchez
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