La construcción del otro y de sí misma en el erotismo militante de los poemas reunidos en Los cálices vacíos (1913) de Delmira Agustini (1886-1914)

La construcción del otro y de sí misma en el erotismo militante de los poemas reunidos en Los cálices vacíos (1913) de Delmira Agustini (1886-1914)
Por Florencia Briasco Lay y María del Rosario Sánchez.
Para iniciar nuestro análisis sobre la construcción del otro y de sí misma en el erotismo militante de los poemas reunidos en Los cálices vacíos (1913) de Delmira Agustini, hemos elegido la edición de Poesías Completas[1] de Losada prologada por Alberto Zum Felde porque el crítico de la generación del 900 y canónico del Uruguay fue amigo de la poeta y representa uno de los testimonios del intercambio intelectual de esos días. Vemos en esta edición que Zum Felde organiza y presenta para el lector las características de la escritura de Rubén Darío y Julio Herrera y Reissig que servirían de pivote de la escritura de Delmira Agustini. Así expresa esta relación:
No era ella una artífice del verso, como lo eran aquellos dos grandes maestros continentales del Modernismo, a cuyos nombres habría que unir el de Lugones. Su originalidad no está en la forma, en la “estética”, sino, toda, en la genialidad del temperamento, en la profundidad categorial de su vivencia lírica, en la revelación imperiosa del Subconsciente.[2]

Este fragmento sintetiza los primeros juicios críticos que se hicieron acerca de la poeta y su producción. Su léxico es ostentoso como el de los poemas modernistas y piensa a la figura de Delmira dentro de la categoría de genio.[3] Zum Felde enlaza la “genialidad”, la “profundidad”, la “revelación” de esta mujer para subrayar también, líneas más tarde, la condición inacabada de su formación literaria: las lecturas de Delmira son escasas. Además, el crítico elabora una justificación de la fuente del erotismo para su amiga, inexperta en cuestión de amores. Apunta que “su poesía – como toda poesía lírica auténtica – vive, no de lo que sucede, sino de lo que no sucede”. Existe, en el análisis, la tensión entre el autor y el sujeto poético pero, finalmente se queda con la lectura que traslada la biografía a la escritura, catalogándola de “sueño”.
La primera crítica, encabezada por Zum Felde, crea una densa construcción moral que opera como procuradora del sentido correcto y como censora de las malas lecturas o desvíos. 
Rubén Darío también tuvo una relación cercana a Delmira Agustini, como señalan Clara Silva y Ofelia Machado en sus clásicos trabajos críticos de recopilación y estudio; mantenían correspondencia epistolar donde Darío es la figura paternal de su escritura; y le ofrece un breve texto laudatorio, por la excepcionalidad de su decir de mujer, que sirve de apertura para Los cálices vacíos. Lo elogioso del “Pórtico” se corresponde punto a punto con la imagen de mujer que tiene el modernismo: el alma femenina, la belleza mística y el encanto de la musa. La definición de modernismo reúne elementos heterogéneos. Elegimos la que elabora Magdalena García Pinto: una “… estética propugnada por el imaginario viril de los hombres de letras de fin de siglo, con lo cual la participación de las mujeres ha sido siempre considerada marginal, y en todo caso, siempre emuladora de los grandes talentos.”[4]  
El modernismo inscribe en su seno sólo a los poetas hombres y deja para las poetas mujeres un espacio diferenciado, y en consecuencia marginal. La crítica las ubica como epígono de la poética que encabezó Rubén Darío y las califica de posmodernistas. En la sucesión de las historias de la literatura se ha conservado en gran medida esta afirmación. Esto nos ofrece un problema: las mujeres no tienen la técnica, el trabajo, la dedicación, en definitiva, no son capaces de corresponder una teoría que las avale desde la razón, sino que prima su intuición. La mujer modernista es una construcción  ideal, mística, y hasta fantasmagórica, pero por más que se pretenda expulsarla del movimiento, enriquece con su trabajo y su punto de vista.
El hombre modernista es aquel que viaja, imagina, explora en la palabra y la experiencia; su objeto de deseo: la mujer clara, virginal, una idea comparable en su materialidad a una diosa. La escritora, no se desplaza, permanece encerrada en un cuarto y el único recurso a su alcance es el viaje interior. Para dar un ejemplo, vemos en contraste, cómo Rubén Darío trabaja con las ensoñaciones de la página en blanco y Delmira Agustini con la “Visión” del amante dentro de su cuarto.
En “La página blanca”[5] ante los ojos del sujeto poético se suceden las escenas de la vida y la muerte de los hombres a través de escenarios y elementos del exotismo oriental. Se trabaja el tópico de la página en blanco donde se vincula el viaje exterior e interior del poeta y sus experiencias con las fantasías de la escritura.
La página blanca se resuelve en el poema de Darío en la elaboración de una serie dramática que culmina en la identificación de la mirada ensoñada del poeta en los primeros versos, con el destino final de todo hombre que se acerca a la muerte. El poema presenta una visión panorámica del tema. La página oscura de “Visión”, por el contrario remite al lecho de la mujer, reducto íntimo de la ensoñación amorosa. La parábola que traza la lectura entre uno y otro poema, describe el corrimiento que realiza la poeta respecto del modernismo. Del recorrido visionario a la visión concreta, del desierto de hielo al fuego del desierto, Darío y Delmira se separan.
Si bien se repone en muchos poemas la dimensión espiritual del modernismo, en este poema la espiritualidad se desplaza hacia una erótica más marcada. La voracidad del sujeto poético femenino trasciende hacia la escritura. Delmira reutiliza papeles usados, páginas de libros, partituras. La escritora funda un lugar de producción en los márgenes, en los dorsos de lo que otros ya han escrito. En su itinerario poético, la construcción de un sujeto narcisista trasciende los versos y se pliega y repliega en sus conversaciones con la crítica contemporánea. La pose, la puesta en escena de las situaciones de escritura y el proceso de publicación de sus escritos, exhiben a la poeta, en las artes, que se contempla en el reflejo de la crítica. [6]Su originalidad no se plantea en términos de talento sino de trabajo que monta una puesta en escena literal y literaria en el círculo íntimo y familiar con los actores del 900 uruguayo.
Otro de los tópicos modernistas que Agustini revierte es el de la torre de marfil: reducto privilegiado para la creación artística, donde el poeta toma distancia del mundo y lo sobrevuela con la mirada, como un dios. Esta figura erguida y suprema, se inclina y abre un espacio donde el sujeto poético construye  al “otro” en la tensión entre la solidez de la poesía modernista y la vacilación hacia una nueva estética.  El intersticio que se recorta en el movimiento de la torre, da lugar a la aparición del abismo como vacío y plenitud de sentido. El sujeto poético es un sujeto deseante que pone en juego su cuerpo y se apropia del  deseo del “otro”: allí está la mirada abismal. Ese corrimiento es el  de un espacio reducido y aislado en la torre de marfil hacia un ámbito que se aparta de la espiritualidad y ancla en un juego erótico. El sujeto deseante se mueve continuamente, no se deja encasillar ni atrapar en una sola forma. El erotismo hace tambalear los cuerpos y en su ondulación emerge una voz propia que se adueña del cuerpo y del deseo del otro.
“Visión” es el poema adonde apuntan todas las miradas críticas. Frente al sujeto poético  se coloca al amante que repite la misma acción, como una reverencia ante su diosa, melancólica y oscura. La comparación con una torre, identifica al amante con el “Orgullo”, mientras que el sujeto poético se reconoce en la sombra. Sin embargo, este tópico es móvil, no se identifica en todos los casos con el amante. En “Íntima”, es el sujeto poético el que se alza como una “torre de marfil”  y el encierro es silencio pero también invitación:
Vamos más lejos en la noche, vamos
donde ni un eco repercuta en mí,
como una flor nocturna allá en la sombra
abriré dulcemente para ti.

 La sombra es aquí la torre, la noche, la intimidad con el otro. El poema descubre el momento del primer contacto entre dos cuerpos “Hoy abriré a tu alma el gran misterio”. Aparece entonces, la otra figura importante en la poética de Delmira Agustini: el abismo, que será multiforme, en algunos poemas es el lugar vacío al que se cae y en otros la sensación experimentada por el sujeto poético que lo invade. En “Íntima” representa la caída en el silencio y la soledad.
En “Ceguera” el abismo aparece transformado en verbo, sinónimo de me aventuro, me asomo. La oposición aquí es visión/ceguera. La acción abisal se completa con el oxímoron “ceguera luminosa” que inscribe al sujeto poético en una mirada desarticulada y así explica en el segundo verso su visión: “un astro, casi un alma, me ha velado la Vida.”. La pregunta de los dos últimos versos de este primer cuarteto realza la indefinición del sujeto respecto de su experiencia. En soledad, afirma “No sé...” y repite la extrañeza de su condición rara ceguera, que ahora se vuelve contra sí y la deja más sola aún, “me borras el mundo”. La ceguera es una ceguera material pero también de la intelección.
Otros poemas también, registran el tópico del abismo: “Tu boca”, “En tus ojos”, “Plegaria”, “A una Cruz”, “Vida”, “Primavera”, “Racha de cumbres”, “La musa”, “Serpentina”, “Boca a boca”. La aparición de esta figura, como hemos visto, está rezagada a un lugar periférico en la disposición gráfica de los versos, capital en la elección del título para una publicación que Delmira Agustini no realizó en vida pero que ya estaba decidida.
En “Tu boca” el abismo es un espacio orgánico que desempeña funciones vitales. Así el sentido literal, del diccionario “ser sin fondo” queda desarticulado y admite distintas dislocaciones a nivel semántico y sintáctico. Se incrusta en la voz poética como un espacio de resonancia al funcionar como atributo de otros sustantivos, como acción o constituyente del cuerpo de la voz que enuncia los poemas. Ser parte de la voz no lo limita sino que lo expande al adquirir características orgánicas. No es vacío, no es ‘sin fondo’, no es ser interior, no se elaboran en los poemas jerarquías paternalista sino que se crean tensiones de choque y separación, a pedido pero desde la posición de un sujeto deseante.
El erotismo se convierte en los poemas de Delmira en una fuerza de producción que elabora los fluidos corporales como cuerpo y como idea (sangre y semen). El hombre es esa boca deseada que rige el trabajo del sujeto poético. El poema se construye en un devocionario de la boca que la ubica entre el “nido del vértigo” como “abismo sangriento”.
Cabe preguntarse ¿Cuál es el peligro en la poética de Delmira Agustini? Quizás la continuidad de la mente en el cuerpo. El cuerpo se inscribe en la página como un movimiento vinculado a la animalidad (ojos/pupilas/iris; brazos/alas; boca/lengua/voz/pico; cabeza/testa). Las ondulaciones o los glisandos de la voz poética se extienden en el papel pero también en la voz en alto, la voz que no produce sonido alguno más que el arrastre impulsado por el cuerpo en movimiento.
Para concluir podemos decir que, al comienzo del análisis, nos centramos en el  tópico de la página en blanco transformada en la página oscura, de las sombras, donde el sujeto poético se yergue. Desde este marco, la poética de Delmira Agustini coquetea y conspira (con y contra el modernismo) al ritmo vertiginoso de sus versos sensuales. Ese espacio que inaugura en el vértigo de una escritura de y por la intimidad, se manifiesta en la distancia entre la torre inclinada y el abismo que acecha en los cimientos. El poema “Mis Amores” en El rosario del Eros reorienta estas figuras en otro plano: el de la reproducción y la muerte. En el lecho de muerte, la apetecible amante, espera a sus amores que vuelven a llorarla. No hay torres pero sí un desfile incesante de cabezas que la adoran. Lo inquietante no es la muerte sino la espera. Es la espera del hijo: el recuerdo compartido.
            En el ensayo “El erotismo o el cuestionamiento del ser” George Bataille describe cómo lo erótico es parte de una relación sexual compleja donde se trasciende la animalidad y se pone de relieve un aspecto religioso fundamental. El erotismo constituye una unidad problemática, que cuestiona el ser uno de dos cuerpos experimentando la sexualidad. El carácter religioso revitaliza la idea de una experiencia interior regida por un juego de prohibiciones y transgresiones. Este paralelismo coincide con la poética de Delmira. “El erotismo y la religión nos están vedados en la medida en que no los situemos decididamente en le plano de la experiencia interior”. (Pág. 348) Delmira invierte el signo de lo religioso y el sujeto poético no sólo imagina y desea sino que invita y sugiere al otro a consagrarse en su voluptuosidad.
Vén a mí: mente a mente;
Ven a mí: ¡cuerpo a cuerpo!
Tú me dirás qué has hecho de mi primer suspiro,
Tú me dirás qué has hecho del sueño de aquel beso... [7]






Bibliografía consultada

* Agustini, Delmira. Poesías completas. Buenos Aires: Losada, 1955.

* Bataille, Georges. La felicidad, el erotismo y la literatura. Buenos Aires: Hidalgo, 1988

* Colombi, Beatriz. “En el 900, a orillas del Plata” en Agustini, Delmira. Los cálices vacíos. Buenos Aires: Ediciones Simurg, 1999.

* Croquer Padrón, Eleonora.  “Esfinge de ojos de esmeralda, angélico vampiro” en Mattalía, Sonia; Alcázar, Joan. América Latina: literatura e Historia entre dos finales de siglo. Valencia: Eds. del CEPS, 2000.

* Darío, Rubén. Obras poéticas completas. Madrid: Aguilar, 1949.

* Escaja, Tina. "Hoy abrió una mujer en mi rosal”: Magdalena redimida o la invención del modernismo en Lasarte Valcárcel, Javier. Territorios intelectuales: pensamiento y cultura en América Latina.Caracas : Fondo Ed. La Nave va, 2001.

* Escaja, TinaAutoras modernistas y la (re)inscripción del cuerpo nacional” en Balderston, Daniel. Sexualidad y nación. Pittsburg: Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2000.

* García Pinto, Magdalena. Delmira Agustini y la crítica hispanoamericana” en Azar, Inés. El puente de las palabras: Homenaje a David Langmanovich. Washington: OEA/OAS, 1994.

* Koch, DoloresDelmira, Alfonsina, Juana y Gabriela” en Revista Iberoamericana; núms. 132-133, vol. LI, julio-diciembre 1985.

* Larre Borges, Ana. Delmira Agustini. En El intérprete; num. 2. Dic. 2006.

* Molloy, Silvia. “Dos lecturas del cine: Ruben Darío y Delmira Agustini” en La sartén por el mango. Puerto Rico: Ediciones Huracán, 1984.

* Silva, Clara. Genio y figura de Delmira Agustini. Buenos Aires: Eudeba, 1968

* Real de Azúa, Carlos. “Modernismo e ideologías” Separata Punto de vista, 1977.

* Torres, Victoria.Por ser mujer, muy mujer...: reflexiones acerca de un posible cotejo entre Delmira Agustini y Alfonsina Storni”en Grunwald, Susanne. Pasajes, passages, passagen: homenaje a Christian Wentzlaff-Eggebert. Sevilla: Universidad de Sevilla;: Universität zu Köln; : Universidad de Cádiz, 2004.




[1] Agustini, Delmira. Poesías completas. Buenos Aires: Losada, 1955. En adelante todas las referencia son de esta edición.
[2] Op.cit. pág. 9
[3] Reacuérdese que tanto Rubén Darío como Delmira Agustini son destacados por la crítica dentro de las figuraciones del “niño prodigio” como bien señala Eleonora Cróquer Pedrón sobre la primera aparición pública de Delmira Agustini en el semanario ilustrado Rojo y Blanco. “Esfinge de ojos de esmeralda, angélico vampiro” en Mattalía, Sonia; Alcázar, Joan. América Latina: literatura e Historia entre dos finales de siglo. Valencia: Eds. del CEPS, 2000. Págs. 31-32.
[4] García Pinto, Magdalena. Delmira Agustini y la crítica hispanoamericana” en Azar, Inés. El puente de las palabras: Homenaje a David Langmanovich. Washington: OEAOAS, 1994. Pág. 221
[5] Darío, Rubén. Obras poéticas completas. Madrid: Aguilar, 1949. Págs. 645-646.

[6] Sobre el narcisismo y la puesta en escena se destaca la autoconsagración que Delmira Agustini manifiesta al retratarse en distintas poses en relación con la escritura. Podemos encontrar referencias a este tema en el análisis sobre Marie Bashkirtseff en: De Beauvoir, Simone. El segundo sexo. Buenos Aires: Siglo xx, 1962.
[7] Op.cit. Pág. 90. 

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