Sobre
los homenajes.
Por María del Rosario Sánchez
Cuando la muerte llega, a todos los
seres humanos les corresponde un homenaje. Para muchos se resume en una
ceremonia discreta entre familiares y amigos; para otros, quizás los menos, les
corresponde una puesta en escena de discursos, testimonios, declaraciones, un
sinfín de peregrinos fieles o curiosos que rodean y comentan al cuerpo. Este
será entonces, el punto de partida de la otra vida, la de los homenajes, donde
recuerdo, las flores, la euforia o la tristeza, el repaso por los hitos o los secretos de la vida se reparten entre
los poco o los muchos que participan.
El artista se cubre de gloria y renombre
eterno en las necrológicas y más tarde en los homenajes que se organizan
alrededor suyo. Este acto primero y fundacional procurará la fama o el descrédito final del fallecido.
En el caso de Delmira Agustini los
sinsabores de su vida amorosa acudieron rápidamente a la hora de recordarla. La
crítica convenció al público de su condición femenina audaz y los consecuentes
versos que la identificaban tanto como la niña pródigo como la mujer fatal la
confirmaron. Esta sección pretende realizar un recorrido por los homenajes (los
de la vida y los de la muerte) mediante los cuales, los lectores de Delmira,
han configurado parte de la apreciación del valor de su obra.
En 1986, aniversario del nacimiento
nuestra poeta, Ida Vitale publica en la revista Vuelta un artículo titulado “Los cien años de Delmira Agustini”.
Allí conduce una atrapante lectura de los poemas, cercando su poética en el uso
de la imaginación amplificada como recurso de una rebeldía fluctuante en su
escritura.
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