"Lo que define su originalidad esencial - y en ello consiste su genialidad - es el sentido subliminal de su inspiración erótica. Esa profunda subliminalidad es lo que distingue y categoriza su poesía, entre toda la poesía erótica - y no erótica- conocida hasta entonces; y conocida posteriormente, porque ella ha tenido numerosa cauda de imitadoras, pero ninguna imitó lo que no se puede imitar, porque tiene que ser auténtico. No entenderían a Delmira Agustini quienes la tomaran por una poetisa erótica, en el sentido corriente del término. Eso sería juzgarla, no solo superficialmente, sino de un modo grosero. Su erotismo profundo, poco tiene que ver con aquella primaria, ingenua apetencia de los sentidos, ni con aquella sensual delectación que, desde los yambos del "divino" Anacreonte, viene corriendo por el verso universal, como el vino del placer derramándose de su copa de oro; ni tampoco con aquella pasionalidad sáfica, que es pasión de realidad terrestre y objetiva, aunque ella sacrifique a los pies de Afrodita las más puras palomas de su gracia; ni aún con aquella otra sensualidad triste del viejo Omar El Kayam, filósofo del goce efímero y de la carne sin destino. El erotismo de Delmira, no es realista, como en sus predecesores y en sus epígonos. Es lo opuesto: un constante evadirse de la realidad y del mundo, un ir desesperado tras la forma ideal de su Deseo, un trascender a un trasmundo y a una suprarrealidad, en cuya noche recóndita se encienden, como astros del abismo, las imágenes sobre humanas de su ensueño. Su erotismo arde y se consume en si mismo, zarza ardiente en el desierto de un más allá de la carne y de la vida."
Extraído del prólogo de la edición de Losada de 1944.
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