Profesoras a cargo: Florencia Briasco Lay y María del Rosario Sánchez
"CAPRICHO"
Al Excelso escritor uruguayo
Manuel Medina Betancort
Entre el raso y los encajes
de la alcoba parisina
La enfermiza japonesa, la
nostálgica ambarina,
Se revuelve en las espumas de
su lecho de marfil;
El incendio de la fiebre ha
pintado en sus mejillas
—Sus mejillas japonesas como
rosas amarillas
Sangraciones de claveles,
centelleos de rubí.
Vibra en llamas del delirio
la muñeca principesca,
Se estremecen los marfiles de
su faz miniaturesca,
Su pupila enloquecida lanza
chorros de fulgor;
Burbujeantes las palabras
efervescen locamente
Con hervores de champaña de
su boca balbuciente,
De su boca de topacio,
moribunda, sin frescor.
Sueña ahora de su infancia:
blancas, leves las visiones
Van pasando juguetonas en
alígeras legiones,
Con sus vestes de albas
gasas, con sus nimbos de claror;
Nievan lirios, perlas, rosas,
rosas blancas como espumas,
Avecillas eucarísticas,
suaves copas de albas plumas,
Son las aves del recuerdo,
van diciendo su canción.
Cruza ahora misteriosa,
inefable, aristocrática
Una pálida figura de
expresión honda, enigmática,
Perezosos movimientos,
fatigoso, lento andar;
En sus ojos tristes, suaves,
hay miradas que sollozan,
Hay reproches hondos, dulces,
que acarician, que destrozan,
Con la blanda inconsistencia
del enojo maternal.
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Extinguióse ya la fiebre, la
enfermita no delira,
Centellea en sus pupilas el
sol rojo de la ira
Y sus brazos se retuercen
como sierpes de marfil;
Brota un nombre de sus labios
entre espuma y maldiciones,
Su nacáreo cuerpecito se
revuelca en convulsiones,
Tremular de lirio enfermo,
sacudidas de jazmín.
Es que vibra en su cerebro
con malditas resonancias
El recuerdo del lord rubio de
imperiales arrogancias,
El altivo millonario de los
ojos de zafir,
El que en redes misteriosas
de promesas quebradizas,
Apresó el pájaro blanco de su
almita asustadiza
Arrancándola a sus padres,
sus ensueños, su país.
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Y en la cárcel principesca de
la alcoba parisina
La olvidada japonesa, la
nostálgica ambarina
Desfallece sofocada por
agónico estertor,
¡Oh, mimosa susceptible, por
un soplo deslucida!
Devolviérale la gracia,
devolviérale la vida
Una gota de cariño, un
efluvio de su sol!
En sus ojos, hondos cauces,
hay un algo extraño, helado,
Reflectores de la muerte,
ésta en ellos se ha mirado
Y es su imagen la que flota
en su fondo de carey,
Pero... súbito se animan,
arde en ellos la alegría,
Alegría de muriente con
vislumbres de sombría,
La enfermita vibra toda su
figura de poupée;
Sus deditos finos, pálidos,
como niños macilentos,
Han tomado, y ahora oprimen
con nerviosos movimientos
Un marchito crisantemo;
blanco hermano del Japón!
Él también sufre nostalgias,
hondas, diáfanas, impías
Abejillas de oro y ópalo que
se clavan lentas, frías,
En el glóbulo de aromas de su
raro corazón.
La enfermita las comprende,
las nostalgias amarillas
Del pequeño moribundo, y le
acerca a sus mejillas
Y a sus labios en arranques
de cariño fraternal,
Es su hermano, sí, es su
hermano ese copo de albo lino,
Como ella agonizante, como
ella nacarino,
Como ella desmayando en
lujosa soledad.
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Duerme, duerme la enfermita
entre cirios de oro escuálidos
Hay un muerto crisantemo en
sus dedos finos, pálidos,
Su cajita funeraria es
estuche de blancor.
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En lo alto: al regio alcázar
del Eterno, del Clemente,
Entre angélicos festejos,
leve, diáfana, sonriente,
Llega el alma de una niña,
trae el alma de una flor!
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